Catrá, catrá, cotró, cotró: así resuena mi tambor. Mis manos repican sobre un cajón, mis manos aprendiendo el guaguancó y Alexander, mi profesor de rumba me riñe: «que no y que no, que así no vamos a ninguna parte: estamos en barrio de El Vedado en la Habana.» Patio de paredes desconchadas, silenciosa sobrevuela la magia callada. Resuenan los cueros del tumbaol y el tre-do, retruenan el yambú y la columbia, y resuena resuena la clave inmortal. Cracra, cra, cra cra: repiquetean mis baquetas sobre dos sartenes al ritmo de una conga transtorná. Me olvidé de quien yo vine: ahora soy ritmo. Observan atentos Ochún y Eleguá después de su banquete de dulces. Un niño juega sin pelota, la magia callada sobrevuela silenciosa – Febrero 2000